Por qué al XXXI FeMÀS se le ha titulado “Gótico”

Mundoclasico.comJosé-Luis López López. Publicado el 21/04/2014

Sevilla, 25/03/2014. Iglesia Parroquial de San Andrés. Llibre Vermell de Montserrat (anónimo, S. XIV). Capella de Ministrers: Pilar Esteban, soprano; Luis Vicente, barítono; David Antich, flautas; Eduard Navarro, chirimía y gaita medieval; Carles Magraner, viella y viola medieval; Juan Manuel Rubio, salterio, zanfoña y laúd medieval; Ignasi Jordá, exaquier; Pau Ballester, percusiones. Coro Lluis Vich Vocalis: Naxi de Lerkerika, Jesús Ruiz de Cenzano, Jesús Navarro, Vicente Abril, Santiago Abril, Jaume Flors; tenores; Joaquim Martí y Natxo Martí, bajos. Carles Magraner, director. XXXI Festival de Música Antigua de Sevilla (FeMÀS 2014). Ocupación: 100%

Según el New Grove Dictionary of Music and Musicians, el “Gótico musical” comienza con el Ars Antiqua (ca. 1150), y concluye en el s. XV (en Italia, la cuna del período renacentista), o bien avanzado el s. XVI (en otros lugares, donde el Gótico perdura tardíamente, y el Renacimiento llega con retraso). Por su parte, The Harvard Dictionary of Music (hay traducción española, Diccionario Harvard de la Música, Alianza Ed.) nos dice: “a veces se ha utilizado el término ‘gótico’ para designar el período que va de ca.1150 a ca.1430”. Es sabido que las periodizaciones históricas son siempre enojosas, inexactas y “encabalgadas” (anterior con posterior). Los organizadores del XXXI Festival de Música Antigua de Sevilla (FeMÀS 2014) sólo han pretendido resaltar con el título de “Gótico” el hecho de que la presente edición consta de una significativa presencia de la música medieval, desde mediados del XII al primer tercio del XV. Ciertamente,  de la que llamamos “música antigua” se conserva mucho más material del Renacimiento y el Barroco; pero cinco conciertos íntegros del segundo Medioevo , más uno “fronterizo” (entre la última Edad Media y el pre-Renacimiento), y el desenfadado “desmelenamiento” del “Alter Ego” de Artefactum (música “gótica” con estilos e instrumentos de hoy) sobre un total de 22, supone una tercera o cuarta parte, que le ha dado un sello, un “aroma” especial a estas tres intensas semanas, repartidas mitad por mitad entre marzo y abril de 2014.

Los cuatro conciertos iniciales fueron fundamentalmente barrocos: Rameau, Bach, Bach y Purcell (magnífico conjunto La Hispaniola, selecto “concentrado” de diversos grupos, entre ellos la OBS, a cuya actuación, desgraciadamente, no pudimos asistir); Bach y dos de sus hijos (rozando ya el Clasicismo).

Pero a la quinta apareció, con todo su esplendor, el siglo XIV, con una fascinante interpretación-representación del Llibre Vermell de Montserrat. Algún atisbo teníamos quienes conocemos el CD que tiene grabado la valenciana Capella de Ministrers, dirigida por Carles Magraner; sin embargo, la audición directa sobrepasó todas nuestras expectativas, sumergiéndonos, como si viviéramos un sueño encantado, en plena atmósfera medieval. Había, con relación al CD, algunos cambios (en varios instrumentistas, el barítono Luis Vicente en lugar del tenor Lambert Climent, el Coro Lluis Vich Vocalis en vez del de la Generalitat Valenciana): no se notaron (volvimos a escuchar después el disco) salvo para mejor. Carles Magraner ha madurado la ejecución del Llibre Vermell y la ha dotado de movimientos actorales.

La Iglesia de San Andrés (elegida por su excelente acústica), de estilo gótico-mudéjar, con tres naves (la central de doble anchura que las laterales) constituye un perfecto escenario bajomedieval. Con los instrumentistas en el presbiterio, el coro entró en acción desde el fondo trasero, caminando solemnemente mientras cantaba, hasta colocarse tras los tañedores. La soprano Pilar Esteban y el barítono Luis Vicente, delante, a derecha e izquierda del presbiterio, intercambiaban sus posiciones, marchaban hacia las naves laterales (igual que algunos miembros del coro) o se internaban entre el público que llenaba el templo por el pasillo central, con un admirable efecto de proximidad y participación, que arrobaba a los espectadores. Estos juegos escénicos eran el marco que envolvía la mayor maravilla: la música vocal e instrumental, en bellísima cohesión.

En 1811 se descubrió un manuscrito medieval, encuadernado con una tapa de color rojo aterciopelado: un códice del siglo XIV de un pequeño monasterio en Montserrat: El Llibre Vermell, cantos y danzas a la Virgen María. Se trata de una recopilación de música, canciones y bailes para que los peregrinos, mientras celebraban la vigilia nocturna en la iglesia de la Virgen Bendita de Montserrat, cantaran y danzaran. Uno de los pilares de la música medieval, amplia y profundamente estudiado por grandes intérpretes y musicólogos.

Capella de Ministrers lo recupera (nos dice Magraner) con una singularidad: la de tratarlo desde la perspectiva de los peregrinos desde el Mediterráneo. El descubrimiento en Morella (Castellón) de unos frescos con la danza Ad morten festinamus (la más antigua “danza de la muerte, puesta en música que se conoce) nos proporciona una nueva visión, la de los peregrinos mediterráneos vinculados a otros monasterios de la Corona de Aragón.

Cantar y bailar eran actividades habituales en las iglesias durante el medievo, frecuentemente prohibidas por las autoridades eclesiásticas, sínodos y concilios, como tantas veces desconfiados con las muestras espontáneas, vividas sin corsés canónicos, de la religiosidad popular, consideradas abusivas. Pero el Llibre Vermell (Libro Rojo) montserratino ha preservado una muestra excepcional de esa realidad: de los 137 folios por las dos caras supervivientes de los 172 iniciales, copiados a finales del siglo XIV, solo 7 contienen música: 10 piezas compuestas probablemente en muy diversos momentos, en tres lenguas diferentes (catalán, occitano y latín); se trata de tres cánones o caças (O Virgo splendens in monte celso, Laudeamus Virginem, Splendens ceptigera), dos canciones polifónicas (Mariam, Matrem Virginem e Inperatritz de la ciutat joyosa) y cinco danzas circulares (Stella splendens in monte,  Los set gotxs recomptarem, Polorum regina, Cuncti simus concanentes: Ave Maria, Ad mortem festinamus).

La más notable, sin duda, es Ad mortem festinamus. En la sala capitular del convento de San Francisco de Morella, al pie de un delicioso fresco que representa la Danza de la muerte (bailada a corro, en torno a un cadáver, por hombres y mujeres), se puede leer el primer verso de la misma composición (escrita en notación cuadrada gregoriana y no en notación medida), traducción en lengua catalana (Morir, ffrares, nos convè, mas no sabem la hora) de la versión en latín del Llibre Vermell. Este “Contrafactum de Morella” fue usado como “canto de entrada” por el Coro, procedente de la parte posterior de la iglesia, y después es repetido en antepenúltimo lugar (un detalle más del cuidado de la presentación, las tapas de las particellas de solistas, instrumentistas y coro, todas en color vermell, bermellón).El delicado y elegante juego escénico y sonoro, evocador de aquel tiempo, hizo rebosar toda la sensibilidad de los espectadores. Desde el sencillo gregoriano de la Entrada, Morir, ffrares, nos convé, a cargo del solemne y espléndido Coro Lluis Vich, los diez cantos (cánones al unísono o a dos o tres voces, virelais estilo Ars Nova, danzas a ball redon y una voz, hasta la culminación del Ad mortem festinamus, peccare desistamus (“A la muerte corremos, de pecar nos alejemos”), todo fue, sencillamente, un prodigio. Los instrumentistas, plenos de espiritualidad (asombroso David Antich con sus variadísimas flautas, excelso Juan Manuel Rubio con el salterio, fascinante timbre de la chirimía de Eduard Navarro, las percusiones, las cuerdas pulsadas y, sobre todo, las frotadas (viella y viola mediaval) de Magraner, mientras mimaba con entrega y atención sumas a todos los componentes.

Quien conocía el CD de Magraner y Capella de Magraners ya podía suponer, como así fue, que su versión opta por una lectura esperanzada y gozosa. Podría ser todo lo contrario: el siglo XIV es tiempo de guerras, hambrunas y peste negra. Pero, como ya ha señalado Panofsky, era también el de las primeras luces de un nuevo mundo, más humano, menos infernal, en el que la Creación no fuera un desesperante valle de lágrimas, sino un reflejo de la feliz Jerusalén celestial, hecha a la medida de los seres humanos, y no contra ellos. Y esta nueva visión de fe en el futuro, de religiosidad dichosa, la construyeron el director y el conjunto a base de fantasía en los arreglos y la alternancia de las entradas instrumentales que arropaban a la voz cálida, cristalina y tierna de Pilar Esteban (esa estremecedoraMariam, Matrem Virginem, o la delicada belleza de Polorum regina acompañada por el salterio y la flauta) y a la enérgica alegría de la de Luis Vicente acercándose vitalmente al estilo de lo que debieron ser las voces de aquel momento. Admirables los diálogos entre las voces solistas y entre ellas y el Coro, en el que, si todos eran notables, sobresalieron las voces graves. La decisión “gozosa” de Magraner no atenta contra la historia, por lo que sabemos. Esas preciosas melodías probablemente habían sido en muchos casos canciones populares, transformadas en religiosas por los monjes de Montserrat. Y hasta puede ser que los peregrinos las bailaran dentro del monasterio, colocados en círculo y uniendo sus manos.

De lo que no estamos seguros (más bien al contrario) es de que esta música sobrenatural, al tiempo que “nuestra”, sonara con tal calidad y pureza entonada por los peregrinos del siglo XIV. Con instrumentos de época, con fidelidad a las indicaciones de los manuscritos, artistas como Magraner y los suyos nos traen la música antigua tal como debió ser concebida por los ángeles del reino de los Cielos que la inspiraron. Música religiosa, gozosa, gloriosa, tal como debió de ser soñada. El pasado influye en el presente; pero también tanto o más, el presente refluye en el pasado: la eternidad circular y el misterio del tiempo. Esa es, de todos modos, la auténtica naturaleza de la Música: ni de antes, ni de ahora. De siempre.