De la Edad Media se conserva un importante número de composiciones de tema escatológico. Las más llamativas, por su entronque con el pasado clásico, son los planctus, que lloran la desaparición de un personaje relevante de la sociedad civil o de la eclesiástica, a no ser que se trate del planctus de María Magdalena, vinculado al Drama litúrgico, o que su temática sea alegórica, como en el caso del ‘Lamento del cisne’ (‘Planctus cigni’). Si los lamentos más antiguos iban en latín, sin que la costumbre pasase de moda hasta bien entrado el siglo XIV –Mentem meam ledit dolor, escrito con motivo del óbito del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (†1162), y Sol eclypsim patitur, en memoria de Fernando III el Santo (†1252), son buenos ejemplos–, con el desarrollo del movimiento trovadoresco también se empezaron a escribir en occitano. Es célebre, entre otros, el sentido planh en el que Guiraut Riquier llora la muerte de su protector, el vizconde Almaric IV de Narbona (†1270), Ples de tristor.
Tampoco faltaron en el Medioevo las composiciones relacionadas con el ritual funerario. Resulta significativo el hecho de que la mayoría de las escasísimas piezas sonoramente recuperables de la antigua liturgia hispana pertenezcan al Officium Defunctorum. Pero de lo que no cabe duda es que la más célebre de todas las composiciones medievales de tema escatológico es el Dies Irae de Tomás de Celano, cuya melodía no tardaría en convertirse en el símbolo sonoro de la Muerte en la cultura occidental. No fue la única, porque en tiempos tuvo que competir con otras melodías como la del Audi tellus o aquellas que catalizan en torno a la Danza de la Muerte, pero sí que fue la que se impuso por su estrecha vinculación a la Misa de Réquiem, cuya estructura se fijó en el siglo XIV.
Un variadísimo repertorio de temática macabra constituido por lamentos, danzas de la muerte, responsorios y otras formas de expresión poético-musical como antífonas y tropos, no son sino reflejo de las preguntas que el ser humano se ha hecho siempre sobre el más allá, sobre el sentido de la vida y de la muerte tras la que se abre un hueco de temor o de esperanza. Un vacío que constituye un terreno fértil para el pensamiento y las artes, y que es el eje en torno al cual gira nuestra religión.
Maricarmen Gómez