El Apocalipsis de San Vicente Ferrer.
En un contexto de división y desunión de la Iglesia Católica (un Papa en Roma, otro en Avignón), San Vicente Ferrer se asentó con gran fama como el predicador del Juicio de Dios. Bautizado por la gente como »El ángel del Apocalipsis», sus estremecedoras predicaciones a través del territorio europeo se dirigían a evitar las malas costumbres, recordando continuamente que el Juicio Final nos espera a todos, conmoviendo profundamente las almas de los más creyentes, pero también de los más escépticos.
De la Edad Media se conserva un importante número de composiciones de tema escatológico. Tampoco faltaron en el Medioevo las composiciones relacionadas con el ritual funerario. Resulta significativo el hecho de que la mayoría de las escasísimas piezas sonoramente recuperables de la antigua liturgia hispana pertenezcan al Oficio de difuntos. Un variadísimo repertorio de temática macabra constituido por lamentos, danzas de la muerte, responsorios y otras formas de expresión poético-musical como antífonas y tropos, no son sino reflejo de las preguntas que el ser humano se ha hecho siempre sobre el más allá, sobre el sentido de la vida y de la muerte tras la que se abre un hueco de temor o de esperanza.
Un vacío que constituye un terreno fértil para el pensamiento y las artes, y que es el eje en torno al cual gira cualquier religión. Un vacío sobre el que construyeron siempre su discurso los predicadores, con argumentos que resume a las mil maravillas para los creyentes una de las frases favoritas de San Vicente Ferrer, que la tomó del Apocalipsis: «Temed a Dios y honradlo, porque se acerca la hora del Juicio» [14:7].